En tiempos de las bárbaras legiones, de lo alto de las cruces colgaban a los ladrones… Hoy, en pleno siglo del progreso y de las luces, del pecho de los ladrones, cuelgan las cruces.
ANÓNIMO
La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) concluyó en días recientes que Miguel Hidalgo y Costilla, el Padre de la Patria, no murió excomulgado y se mantuvo en el seno de la iglesia católica hasta el final de su vida… ¡Horror! ¿A dónde va la alta jerarquía católica, la más siniestra enemiga de la muy dolorida historia de México, con este nuevo embuste con el que pretende lavarse su rostro ensangrentado? Por supuesto, que el cura Miguel Hidalgo, al igual que Morelos, ambos fueron excomulgados obviamente por su propia iglesia, por los suyos, cargo del que nunca podrá sacudirse la jerarquía católica mexicana. Es evidente que el hecho de haber arrestado, torturado, excomulgado, fusilado y mutilado el cadáver de Hidalgo, ese gran patriota, entre otras razones, es una realidad que los representantes del clero católico quieren ocultar en este año en que se conmemora el bicentenario de la independencia de México.
¿Qué Hidalgo no fue excomulgado? Veamos: Manuel Abad y Queipo publicó, el 24 de septiembre de 1810, un edicto en el que excomulgaba al Cura de Dolores y a sus partidarios:
“Un sacerdote de Jesucristo […] el Cura de Dolores don Miguel Hidalgo, levantó el estandarte de la rebelión y encendió la tea de la discordia y la anarquía, y seduciendo a una porción de labradores inocentes, les hizo tomar las armas…
En este concepto, y usando de la autoridad que ejerzo como Obispo electo y Gobernador de esta Mitra, declaro que el referido D. Miguel Hidalgo, Cura de Dolores y sus secuaces […] son perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del canon* Siquis Suadente Diabolo […] Los declaro excomulgados vitandos, prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo pena de excomunión mayor ipso facto incurrenda”.
La anterior excomunión fue ratificada por otros obispos, entre ellos el arzobispo de México, Francisco Javier Lizana y Beaumont. Como hubo quien pusiera en tela de juicio la legitimidad de Abad y Queipo, por haber sido nombrado por la Regencia, el arzobispo Lizana expidió un edicto el 11 de octubre de 1810 en el que declara que la censura del obispo electo era válida e impuesta conforme a los cánones:
“Nos, D. Francisco Javier de Lizana y Beaumont, arzobispo de México […] Habiendo llegado a nuestra noticia que varias personas de esta ciudad de México y otras poblaciones del arzobispado disputan y por ignorancia o malicia han llegado a afirmar no ser válida ni dimanar de autoridad legítima la declaración de haber incurrido en excomunión las personas respectivamente nombradas e indicadas en el Edicto que con fecha de 24 de septiembre último expidió y mandó publicar D. Manuel Abad y Queipo […] por lo cual hacemos saber que dicha declaración está hecha por un superior legítimo con entero arreglo a derecho, y que los fieles cristianos están obligados […] bajo pena de pecado mortal y de quedar excomulgados, a la observancia de lo que la misma declaración previene, la cual hacemos también Nos por lo respectivo al territorio de nuestra jurisdicción […]
La abominación fanática, la inaudita sevicia que la jerarquía eclesiástica decimonónica demostraba hacia la persona de Hidalgo era descomunal. Aquí va una muestra de ello:
«Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en dondequiera que esté. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado; estando acostado o andando. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes [...] Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga. Y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven, se levante contra él. Que lo maldigan y condenen!»
El propio arzobispo de México, días antes de la citada ratificación, prohibió a sus feligreses “que se unieran a la revolución”, asemejando a Hidalgo con el anticristo:
“Al frente de los insurgentes se halla un ministro de Satanás, preconizando el odio y exterminio de sus hermanos y la insubordinación al poder legítimo. Mirad qué precursor del anticristo se ha aparecido en nuestra América para perdernos […] Yo no puedo menos de manifestaros que semejante proyecto no es ni puede ser de quien se llama cristiano […] Si el observar lo que él mismo nos manda os conducirá al cielo, el practicar lo contrario [luchar por la Independencia] os llevará infaliblemente al infierno”.
¡Claro que la doctora Patricia Galeana tiene la razón al señalar que “la esencia de la expulsión religiosa de Hidalgo del seno de la Iglesia católica era descalificarlo frente al pueblo, en el momento en que era el líder de un movimiento insurgente!” ¡Claro que «la Iglesia católica no tiene por qué participar en esta conmemoración, porque México es un Estado laico…” ni se le debe permitir que 200 años después, en lugar de mostrar arrepentimiento, recurra una vez más a los embustes para lavarse el rostro con el que traicionó a la patria…
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