Por Diana Domínguez
José Martí, Héroe Nacional de la República de Cuba, conoció el presidio a los 16 años y su alma sensible, noble, justiciera y alimentada de amor a la patria no se endureció con las cadenas ni el exilio. Pasó la mitad de su vida en el extranjero, pero no dejó de trabajar para la independencia de su país.
Como un Sócrates del siglo XIX, aprovechaba cada oportunidad para enseñar, y por fortuna a diferencia de aquél, dejó una obra escrita, que seguidores y amigos se encargaron de completar pues eran su oratoria y los detalles personales, quizás, los de más valía.
Los niños ejercían una gran fascinación sobre el héroe, para su hijo escribió Ismaelillo, en las cartas a sus hermanas y a María Mantilla, en las lecturas que para los niños de América escribió en La Edad de Oro, siempre había un consejo, una enseñanza y sobre todo una invitación al diálogo.
De maneras corteses y lenguaje elegante, ejercía gran fascinación sobre su auditorio. Ejerció la diplomacia, el periodismo, el magisterio, sobre todo el magisterio pues como él mismo sentenciara “…enseñar puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”, y un evangelio vivo era este apóstol cuyas enseñanzas tienen el don de no envejecer.
“Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas, y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado... En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana...”
José Martí
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Fuente: El Nuevo Empresario.
José Martí, Héroe Nacional de la República de Cuba, conoció el presidio a los 16 años y su alma sensible, noble, justiciera y alimentada de amor a la patria no se endureció con las cadenas ni el exilio. Pasó la mitad de su vida en el extranjero, pero no dejó de trabajar para la independencia de su país.
Como un Sócrates del siglo XIX, aprovechaba cada oportunidad para enseñar, y por fortuna a diferencia de aquél, dejó una obra escrita, que seguidores y amigos se encargaron de completar pues eran su oratoria y los detalles personales, quizás, los de más valía.
Los niños ejercían una gran fascinación sobre el héroe, para su hijo escribió Ismaelillo, en las cartas a sus hermanas y a María Mantilla, en las lecturas que para los niños de América escribió en La Edad de Oro, siempre había un consejo, una enseñanza y sobre todo una invitación al diálogo.
De maneras corteses y lenguaje elegante, ejercía gran fascinación sobre su auditorio. Ejerció la diplomacia, el periodismo, el magisterio, sobre todo el magisterio pues como él mismo sentenciara “…enseñar puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”, y un evangelio vivo era este apóstol cuyas enseñanzas tienen el don de no envejecer.
“Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas, y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado... En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana...”
José Martí
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Fuente: El Nuevo Empresario.