Por Rosa Cuervas-Mons
Cuentan las crónicas históricas que, guillotinado el rey Luis XVI, alguien recoge su cabeza y grita “Jacques de Molay está vengado”.
Que los caballeros templarios fueron acusados injustamente de herejía, sodomía, simonía y prácticas ocultistas es un hecho aceptado ya por la práctica totalidad de los historiadores. Máxime desde que, en 2007, el Archivo Vaticano sacó a la luz el Pergamino de Chinon -más de 60 metros con las declaraciones de 231 caballeros- por el que se reconoce que la detención y confesión de los hermanos del Temple fue ilegal y forzada -el rey Felipe IV había adquirido tantas deudas con los templarios que tejió una trama para su disolución- y que, si bien la Orden se había corrompido con el paso del tiempo y había caído en decadencia, nunca incurrió en la herejía y se mantuvo fiel al pontífice romano.
Así pues, parece que, cuando el último gran maestre, Jacques de Molay, reclamó su inocencia antes de morir abrasado el 18 de marzo de 1314, tenía razón. Fue al anochecer, en Île-des-Javiaux, junto al Sena, cuando Molay pidió a sus verdugos que lo colocaran mirando a Notre Dame y así, rezando a la Virgen María, murió. Hasta ahí la historia. Y a partir de ahí, la leyenda. “Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir”, habría dicho el gran maestre para añadir después: “Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el tribunal de Dios! A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año”.
Casualidad o no, al papa Clemente V le sorprendió la muerte en Roquemaure el 20 de abril de 1314 -33 días después de la maldición de Molay- cuando viajaba hacia Burdeos y Felipe IV sufrió un accidente durante una expedición de caza el 29 de noviembre de ese mismo año que puso fin a sus días.
El caballero Kadosch
Pero la maldición de Molay habría ido mucho más lejos, hasta la Francia del XVIII y la cabeza de Luis XVI. Explica el profesor de Historia Medieval de la Universidad CEU San Pablo, Alejandro Rodríguez de la Peña, que las acusaciones dirigidas contra los templarios dieron pábulo a que, en los siglos posteriores -XVII y XVIII-, enemigos de la Iglesia como los nacientes masones reclamaran a los templarios como inspiradores o héroes.
Y así nació, por ejemplo, el caballero de la venganza templaria -Caballero Kadosch-, el grado treinta dentro de la masonería que se reivindica sucesora de la versión anticlerical de los pobres caballeros de Cristo; versión que, por otra parte, nunca existió. Y así, como sucesores de Molay, tendrían por objetivo derribar a la monarquía francesa y al papado y ejecutar, por fin, la venganza templaria -“Jacques de Molay está vengado”-.
Toca, de nuevo, abandonar la leyenda y ceñirse a la realidad histórica. A una realidad, que, Archivos Vaticanos mediante, ha demostrado que los templarios históricos fueron perfectamente católicos, ortodoxos y respetuosos con la Santa Sede. Pero, como explica Rodríguez de la Peña, la leyenda negra elaborada por el rey de Francia con las confesiones bajo tortura hace circular entre el pueblo la idea de una secta ocultista: “Y la leyenda pudo más que la Historia”.
Eso sí, parece que Clemente V no cedió en todo a las presiones de Felipe IV y que, según reveló el documento Processus contra Templarios publicado en 2007 por el Vaticano, en la primera parte del juicio el papa absolvió al último gran maestre y a los demás jefes de la Orden después de que estos hubieran hecho penitencia y hubieran pedido perdón a la Iglesia tras haberse visto excomulgados por haber confesado -bajo tortura- delitos tan graves como la idolatría o la herejía.
¿Se puede rehabilitar el Temple?
Dos años antes de la muerte de Molay, en abril de 1312, el papa Clemente V publicaba la bula Vox in excelso, aprobada en la segunda sesión del Concilio de Vienne. Resignado a cumplir la voluntad de Felipe IV, firmó un documento en el que, sin embargo, supo reflejar su disconformidad, al menos sentimental, con la disolución de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, la Orden del Temple.
“Con corazón triste (...) Nos suprimimos, con la aprobación del sacro concilio, la Orden de los templarios y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos expresamente que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión”.
Desde entonces han pasado 700 años sin que nadie en el seno de la Iglesia Católica haya iniciado proceso alguno de rehabilitación de la Orden. ¿Qué hay, entonces, de las decenas -centenares en realidad- de Órdenes que se hacen llamar templarias? Absolutas falsificaciones sin posibilidad alguna de conexión con la Iglesia, a juicio de los historiadores Alejandro Rodríguez de la Peña y Amadeo Rey. Y segunda pregunta: ¿sería posible rehabilitar la orden ahora que ha quedado constancia de la falsedad de las acusaciones? Lo cierto, aseguran los historiadores, es que solo podría hacerlo el papa. Mientras que Amadeo Rey lo ve poco probable porque “sería enmendar la plana a un antecesor y los papas no son muy dados a eso”, Rodríguez de la Peña opina que “la reivindicación del Temple por la Iglesia no carecería de sentido”, puesto que sería reclamar una realidad que siempre fue fiel a Roma, aunque no modélica.
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Fuente: La Gaceta.
Cuentan las crónicas históricas que, guillotinado el rey Luis XVI, alguien recoge su cabeza y grita “Jacques de Molay está vengado”.
Que los caballeros templarios fueron acusados injustamente de herejía, sodomía, simonía y prácticas ocultistas es un hecho aceptado ya por la práctica totalidad de los historiadores. Máxime desde que, en 2007, el Archivo Vaticano sacó a la luz el Pergamino de Chinon -más de 60 metros con las declaraciones de 231 caballeros- por el que se reconoce que la detención y confesión de los hermanos del Temple fue ilegal y forzada -el rey Felipe IV había adquirido tantas deudas con los templarios que tejió una trama para su disolución- y que, si bien la Orden se había corrompido con el paso del tiempo y había caído en decadencia, nunca incurrió en la herejía y se mantuvo fiel al pontífice romano.
Así pues, parece que, cuando el último gran maestre, Jacques de Molay, reclamó su inocencia antes de morir abrasado el 18 de marzo de 1314, tenía razón. Fue al anochecer, en Île-des-Javiaux, junto al Sena, cuando Molay pidió a sus verdugos que lo colocaran mirando a Notre Dame y así, rezando a la Virgen María, murió. Hasta ahí la historia. Y a partir de ahí, la leyenda. “Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir”, habría dicho el gran maestre para añadir después: “Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el tribunal de Dios! A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año”.
Casualidad o no, al papa Clemente V le sorprendió la muerte en Roquemaure el 20 de abril de 1314 -33 días después de la maldición de Molay- cuando viajaba hacia Burdeos y Felipe IV sufrió un accidente durante una expedición de caza el 29 de noviembre de ese mismo año que puso fin a sus días.
El caballero Kadosch
Pero la maldición de Molay habría ido mucho más lejos, hasta la Francia del XVIII y la cabeza de Luis XVI. Explica el profesor de Historia Medieval de la Universidad CEU San Pablo, Alejandro Rodríguez de la Peña, que las acusaciones dirigidas contra los templarios dieron pábulo a que, en los siglos posteriores -XVII y XVIII-, enemigos de la Iglesia como los nacientes masones reclamaran a los templarios como inspiradores o héroes.
Y así nació, por ejemplo, el caballero de la venganza templaria -Caballero Kadosch-, el grado treinta dentro de la masonería que se reivindica sucesora de la versión anticlerical de los pobres caballeros de Cristo; versión que, por otra parte, nunca existió. Y así, como sucesores de Molay, tendrían por objetivo derribar a la monarquía francesa y al papado y ejecutar, por fin, la venganza templaria -“Jacques de Molay está vengado”-.
Toca, de nuevo, abandonar la leyenda y ceñirse a la realidad histórica. A una realidad, que, Archivos Vaticanos mediante, ha demostrado que los templarios históricos fueron perfectamente católicos, ortodoxos y respetuosos con la Santa Sede. Pero, como explica Rodríguez de la Peña, la leyenda negra elaborada por el rey de Francia con las confesiones bajo tortura hace circular entre el pueblo la idea de una secta ocultista: “Y la leyenda pudo más que la Historia”.
Eso sí, parece que Clemente V no cedió en todo a las presiones de Felipe IV y que, según reveló el documento Processus contra Templarios publicado en 2007 por el Vaticano, en la primera parte del juicio el papa absolvió al último gran maestre y a los demás jefes de la Orden después de que estos hubieran hecho penitencia y hubieran pedido perdón a la Iglesia tras haberse visto excomulgados por haber confesado -bajo tortura- delitos tan graves como la idolatría o la herejía.
¿Se puede rehabilitar el Temple?
Dos años antes de la muerte de Molay, en abril de 1312, el papa Clemente V publicaba la bula Vox in excelso, aprobada en la segunda sesión del Concilio de Vienne. Resignado a cumplir la voluntad de Felipe IV, firmó un documento en el que, sin embargo, supo reflejar su disconformidad, al menos sentimental, con la disolución de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, la Orden del Temple.
“Con corazón triste (...) Nos suprimimos, con la aprobación del sacro concilio, la Orden de los templarios y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos expresamente que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión”.
Desde entonces han pasado 700 años sin que nadie en el seno de la Iglesia Católica haya iniciado proceso alguno de rehabilitación de la Orden. ¿Qué hay, entonces, de las decenas -centenares en realidad- de Órdenes que se hacen llamar templarias? Absolutas falsificaciones sin posibilidad alguna de conexión con la Iglesia, a juicio de los historiadores Alejandro Rodríguez de la Peña y Amadeo Rey. Y segunda pregunta: ¿sería posible rehabilitar la orden ahora que ha quedado constancia de la falsedad de las acusaciones? Lo cierto, aseguran los historiadores, es que solo podría hacerlo el papa. Mientras que Amadeo Rey lo ve poco probable porque “sería enmendar la plana a un antecesor y los papas no son muy dados a eso”, Rodríguez de la Peña opina que “la reivindicación del Temple por la Iglesia no carecería de sentido”, puesto que sería reclamar una realidad que siempre fue fiel a Roma, aunque no modélica.
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Fuente: La Gaceta.