LA EXALTACIÓN AL MAGISTERIO
Pocas ceremonias pueden ofrecer, con igual sencillez, un aspecto
tan trágico y un significado tan sublime como ésta con la que se recibe al Compañero
en la Cámara de los Maestros.
Su primera acogida es, pues, todo lo contrario
de lo que éste hubiera esperado en un principio, como premio de sus esfuerzos: se
lo introduce brutalmente en esta: Cámara, bajo la acusación de un crimen misterioso
que acaba de ser cometido, del que no puede comprender ni la naturaleza ni la razón.
Se lo somete a un interrogatorio severo, que sólo le revela las sospechas que pesan
sobre él, sospechas que no disipan enteramente la blancura de sus manos y de su
mandil. Se lo hace pasar, como prueba decisiva, sobre el mismo cadáver, para tener
la seguridad de que sus pies no vacilen en el acto.
Y, finalmente, deviene
el mismo protagonista de la tragedia, sucumbiendo a su vez bajo los golpes de los
asesinos simbólicos, tomando el mismo lugar del cadáver con el cual tiene que identificarse,
como los antiguos iniciados en los Misterios de Osiris, recibiendo la participación
del dolor de todos los presentes.
Esta muerte o caída simbólica en poder
de las fuerzas que personifican la causa del mal, es el preliminar necesario para
la sucesiva analogía o resurrección que espera al iniciado en su exaltación, su
perfecto "renacimiento" en la conciencia de lo Real que es Vida Eterna, Inmortal
y Permanente.
No se alcanza, pues, el Magisterio del Arte Real sin pasar
por la muerte -y por todas las condiciones y circunstancias análogas de la vida-
con pie firme y seguro, que tenga el poder de superarla, como las demás ilusiones
de las cuales son esclavos los hombres. Pues cuando cesa el temor de las cosas,
cesa también nuestra creencia en su poder, y, en consecuencia, su mismo poder sobre
nosotros y sobre nuestra existencia. Entonces cesamos de ser esclavos de ellas.
Examinemos ahora las distintas etapas preliminares de esta regeneración o renacimiento
individual, según se nos presentan en esta ceremonia, las que tienen el poder de
conducirnos efectivamente al Magisterio, una vez que sepamos realizarlas, como complemento
de las que hemos aprendido en los grados anteriores.
LA ACUSACIÓN
La acusación que lleva al compañero ante el umbral de la Tercera
Cámara -acusación que se refiere a un crimen todavía desconocido para él - es el
primer elemento que se presenta a nuestra consideración.
Los demás Maestros
lo reciben primero como jueces inexorables de su conducta y de sus intenciones:
un juicio semejante al de Anubis, en aquel Ritual Iniciático egipcio que se llama
el "Libro de los Muertos". Sus buenas y malas acciones pasadas y su conducta e intenciones
presentes han de ser pesadas con toda equidad y justicia, pues con éstas se trata
de amortiguar aquéllas, para prepararse dignamente al futuro que lo espera.
Su conciencia, el mandil cuya blancura se examina primero, antes de admitirlo,
ha de ser límpida y sin mancha (todos deben convencerse de ello) y sus manos, símbolos
del pensamiento y de la voluntad que concurren en la acción, han de ser igualmente
puras y limpias, para que se hagan instrumentos de un Poder trascendente que lo
hará superior a los demás aprendices y compañeros.
La Ignorancia, el Fanatismo
y la Ambición han de cesar de obscurecer la claridad de su manifestación exterior
-la piel de cordero, emblema de inocencia que le sirve de delantal,- así como su
mente y sus deseos: los tres deben haberse purificado, en el constante trabajo de
los dos grados anteriores, como preliminar necesario a la admisión en un estado
de realización más elevado.
Obtenida esta doble aseveración, se le franquea
el ingreso en la Cámara de los Maestros, por medio de la palabra de pase que él
no conoce todavía, pues no ha llegado al Magisterio del Arte de la Sublimación de
los Metales, a la cual se refiere, y tampoco ha pasado por aquella muerte simbólica,
que igualmente la indica.