lunes, 21 de marzo de 2011

Ignacio Comonfort

(Puebla, 1812 - cerca de Chamacuero, 1863) Militar y político mexicano, presidente de la República entre 1855 y 1857. Hijo de un oficial realista, estudió en el Colegio Carolino de su ciudad natal. En 1832 se sumó al movimiento del general Antonio López de Santa Anna contra Anastasio Bustamante, alcanzando el grado de capitán de caballería. Al término de esta campaña y hasta 1834 fue comandante militar del distrito de Izúcar de Matamoros. Posteriormente se enfrentó a Santa Anna, cuya política rechazaba, y fue diputado al Congreso de la Unión. En 1847 fue ayudante del ejército durante toda la campaña del Valle.

En 1854 Comonfort se unió al viejo insurgente Juan Álvarez y a los liberales desterrados de Nueva Orleáns para proclamar el Plan de Ayutla, que terminaría con el derrocamiento de Santa Anna. El general Juan Álvarez asumió la presidencia de la República y nombró a Comonfort ministro de Guerra y Marina, cargo que desempeñó hasta el 10 de diciembre de 1855. Tras la renuncia de Álvarez, Comonfort asumió la presidencia en calidad de sustituto, y permaneció en ella hasta el 30 de noviembre de 1857.

Durante el breve gobierno liberal de Álvarez se decretaron leyes en que cristalizaba la nueva ideología en el poder. La primera de ellas fue la ley Juárez; elaborada por el ministro de Justicia, suprimía parcialmente los fueros y abolía los tribunales especiales para delitos del fuero común. Los tribunales eclesiásticos y militares ya no podrían encargarse de los individuos que no pertenecieran a su corporación. Esta disposición buscaba la igualdad de todos los mexicanos ante la ley. Pero Álvarez, que ya era un hombre de edad avanzada y no se acostumbró a la vida en la ciudad, se retiró y dejó como presidente a Comonfort. El gabinete liberal se dispersó y muchos de sus miembros volvieron a sus estados natales como gobernadores: Benito Juárez a Oaxaca, Melchor Ocampo a Michoacán, Santos Degollado a Jalisco y Manuel Doblado a Guanajuato.

Muy pronto surgieron movimientos contra las reformas liberales. Al grito de "¡Religión y fueros!", en diciembre de 1855 comenzó una rebelión en Zacapoaxtla que fue sofocada por las fuerzas del gobierno. También hubo alzamientos en Jalisco y Nayarit. Mientras el Congreso Constituyente continuaba con su trabajo, el gobierno de Comonfort siguió dando a conocer leyes reformistas: la ley Lafragua (obra de José María Lafragua, ministro de Gobernación) reglamentaba la libertad de prensa. La ley de supresión de la coacción civil para el cumplimiento de los votos religiosos y la ley de supresión de la Compañía de Jesús atacaban directamente a la Iglesia. De naturaleza similar, la ley Lerdo, expedida por Miguel Lerdo de Tejada, ministro de Hacienda, se refería a la desamortización de corporaciones civiles y eclesiásticas. Con ello se intentaba poner en circulación la riqueza de "manos muertas" y disminuir el poder económico de la Iglesia.

La ley orgánica del Registro Civil creaba un sistema de control civil y secularizaba los cementerios, con lo que se quitaban aún más facultades a la Iglesia. Hasta el momento, ésta se encargaba de todo lo relacionado con nacimientos, matrimonios y defunciones. Todavía después del juramento de la Constitución de 1857, salió a la luz la ley Iglesias sobre obvenciones parroquiales. Elaborada por José María Iglesias, ministro de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, eximía a las clases menesterosas del pago del diezmo y algunos sacramentos. Otra medida del gobierno de Comonfort fue cerrar la Universidad, por considerarla un foco que alimentaba a los cuadros conservadores.

La promulgación de la nueva constitución liberal de 1857 provocó una fuerte fractura social que hizo inviable la continuidad de Comonfort. La constitución debía ser jurada todas las autoridades y todos los empleados civiles y militares, y el que se negara a ello no podía continuar en el ejercicio de sus funciones. La respuesta del clero fue terminante: quien jurara la constitución quedaría excomulgado. La alternativa entre el fuego eterno y quedarse sin medios de subsistencia desgarró a la sociedad mexicana, abrumadoramente católica.

Por más que Comonfort insistió en que no había oposición entre la doctrina católica y las libertades civiles, los conservadores, mediante José Bernardo Couto, respondieron que ante los derechos de la Iglesia el poder temporal tenía que ceder o sucumbir. El Papa se quejó de las que consideraba persecuciones sufridas por los católicos y con ello los conservadores se sintieron autorizados para erigirse en soldados de la fe.

Comonfort terminó asumiendo que la constitución era inaplicable por las oposiciones que suscitaba y decidió desconocerla: si la opinión pública le era contraria, él, como demócrata, no podía imponerla por la fuerza. Con el apoyo del propio Comonfort, Zuloaga proclamó el Plan de Tacubaya, que anulaba la constitución y dejaba a Comonfort en la presidencia, aunque bajo la exigencia formar un gabinete de transición. Al mismo tiempo encarceló a Juárez, que, como presidente de la Suprema Corte de Justicia, era vicepresidente de la República.

Pero Zuloaga no tardó en traicionar su amigo Comonfort. El 2 de enero de 1858 se sublevó en la Ciudadela, convirtió en campo de batalla la capital y no cedió hasta que Comonfort salió camino del exilio a Nueva York. La coalición de gobernadores liberales de Aguascalientes, Colima, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Querétaro y Zacatecas decretó que, al caer Comonfort, el legítimo presidente era Benito Juárez, que tomó posesión en Guanajuato. De este modo las vacilaciones de Comonfort, inspiradas por el deseo de evitar más caos y más sangre, conducirían en la práctica a la cruenta guerra de la Reforma, y más tarde a la lucha contra los franceses y Maximiliano.

En 1863, Juárez aceptó su ayuda para luchar contra la invasión francesa y lo nombró ministro de Guerra y jefe del Ejercito del Centro. Comonfort fracasó en sus intentos de ayudar con armas y municiones al general Jesús González Ortega en el segundo sitio de Puebla por los franceses. El 13 de marzo de 1863, entre San Miguel Allende y Chamacuero, lo asaltaron los hermanos Troncoso, sicarios al servicio de los conservadores, que le partieron la cabeza de un machetazo.

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Fuente: Biografías y Vidas.